
Y el martillo sonó tres veces entre el silencio de la Real Parroquia. Ismael Vargas, el capataz, se disponía a llamar a un costalero anónimo de los que entre las trabajaderas se encontraban. "Venga de frente..." ordenaba con autoridad cuando el paso se disponía a andar soberbio, buscando la nave central del templo sevillano.
Las miradas dentro de la parroquia reflejaban emoción y devoción. Emoción por la llegada de lo inminente, lo majestuoso, lo solemne (aunque solemnidad aquí no falta en todo el año), y devoción hacía lo bello, hacia lo puro, hacia lo maternal. En definitiva, devoción hacía María, cuyo Amparo se derrama año tras año llenando de emoción las calles de la collación de la Real Parroquia de Santa María Magdalena.
Hacia las 18:00 del domingo, la cofradía salía a la calle encabezada por una cruz dorada y barroca erigida sobre las armas del Corona de Castilla, símbolo del Real título de la Parroquia, alzada por un acólitos cruciferario y flanqueada por dos faroles. Tras esta, tramos de hermanos con cirios dan paso al majestuoso simpecado de gala, bella obra bordada de estilo neoclásico con reminiscencias barrocas, hecho en el taller de bordado de Francisca de Paula Zuloaga en el año 1807, que no es más que un adelanto de la grandeza de lo que se aproxima...

Y al fin, una tiniebla de incienso escapa por la puerta por la que ha salido el cortejo. Entre la nube, salen los cirial y el pertiguero. Luego los acólitos turiferarios y sus asistentes. y de nuevo: "venga de frente". Los respiraderos del paso dorado empiezan a brillar asomándose por entre la penumbra. "No corred", suena imperativa la voz del capataz.
Hacia las 18:00 del domingo, la cofradía salía a la calle encabezada por una cruz dorada y barroca erigida sobre las armas del Corona de Castilla, símbolo del Real título de la Parroquia, alzada por un acólitos cruciferario y flanqueada por dos faroles. Tras esta, tramos de hermanos con cirios dan paso al majestuoso simpecado de gala, bella obra bordada de estilo neoclásico con reminiscencias barrocas, hecho en el taller de bordado de Francisca de Paula Zuloaga en el año 1807, que no es más que un adelanto de la grandeza de lo que se aproxima...

Y al fin, una tiniebla de incienso escapa por la puerta por la que ha salido el cortejo. Entre la nube, salen los cirial y el pertiguero. Luego los acólitos turiferarios y sus asistentes. y de nuevo: "venga de frente". Los respiraderos del paso dorado empiezan a brillar asomándose por entre la penumbra. "No corred", suena imperativa la voz del capataz.
El recio paso dorado, estrenado en 1927 y que porta a la Virgen del Amparo, ya está en la calle. Sus cuatro candelabros de guardabrisas en forma de arbotantes, rematados con faroles de orfebrería, recios y estáticos, realzan la sublime imagen de la Virgen del Amparo, que ya mira desde su peana neoclásica de 1831 a sus fieles, que se agolpan en la calle Cristo del Calvario implorando plegarias.
Realizada la primera revirá, la música suena, los rayos de la ráfaga vibran, los fieles rezan... no hay combinación más perfecta. La emoción y la devoción que antes mencionábamos se hacen patentes en el ambiente. No cabe más romanticismo. Más sabor a esencia añeja... Amparo es la fe de una feligresía. Es Amor a María. Amor que juraron profesar allá por 1755 los fieles de la collación de la Magdalena, motivamos por la maternal protección de María que hizo que no sufrieran los estragos del terremoto de Lisboa. Amor que como legado llega a nuestros días, custodiado con celo por una Hermandad. Amor que el domingo procesó Sevilla, y que siempre procurará honrar. Amor nuestro, amor a María Santísima; amor de Ella, amor a nosotros sus hijos.
Siempre bajo tu Amparo...

Siempre bajo tu Amparo...

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